DON CRISTO


Te ofrezco, Señor mis pecados

Mis debilidades, mis dudas,

Mis agonías.

Seguimos vivos

A pesar de nuestra vocación suicida.

Y tu aliento será el intento

De mi fé sin esperanza.


El Dueño de mi vida ingresa en mi hogar cuando quiera

Porque El es mi hoguera.

No necesita más invitación

Sino mi lámpara encendida para alumbrar el camino

en la oscura noche de mi desconcierto.


Ahora, en este mismo momento

Estoy tranquilo, en reposo

Equilibrado con mis entornos

Los próximos, los lejanos

Los inmediatos.

Y la nada ni los nadie

Objetar pudiera conflicto de interes alguno.

Porque esta es la noche que busca su propio amanecer.


Maravilloso ha de ser por siempre

el dolor que por mi sustentas.

Soy bello a tus ojos

Tus labios son la flor de mi agonía.

El crepúsculo, mi aurora y desconcierto.


Desnudos,

Sin nudos ni ataduras

Frente a frente

O como sea.

Dando y recibiendo por caricia

El último de los alientos del dios.

Vivo aunque moribundo


Y qué de los cuerpos

Y qué de la briza frotándose en el viento.

Y qué del silencio y el estruendo del momento del gozo y el asombro.

Nada más intenso

Que temporda de dios en las profundidades del infierno.

Nada más denso.

Nada en la nada

Ni en el momento de su tiempo

Solo abrojos, candelillas y brasas por recuerdo.

Tu, pero yo

Sembradío de dudas en sus valles y desiertos.

Siempre hay dos.

Indisolublemente

Con sus diferencias

Pero con sus igualdades.

Con sus placeres y sus repudios.

Con sus aceptos y abnegaciomes .

Siempre divinos

Siempre infernales.